JOVITA

Por: Félix Orejuela Rivera

Tomado de: Diario Occidente. 16 de Julio de 1970. Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero.


Jovita ha muerto en este julio, mes de la libertad y de los soles bravos. Muere esta mujer cuando manos amigas auspiciadas por un cronista de OCCIDENTE, Pardo Llada, habían reunido varios miles de pesos para una casa. Y murió fulminada por su corazón de mujer humilde y buena, por su reinado, el reinado de la ilusión, feliz sin proponérselo, parodiando a Barba Jacob, podía repetir: y nadie ha sido más feliz que yo.

Hace unos cuarenta años y en el escenario de La Voz de Higueronia, Jovita empezó a ser conocida. Cali y el Valle del cauca contaron con ella, una reina vitalicia: alta, magra, con esa edad indefinida, porque nunca se supo cuantos años tenía, vivió en un mundo fantasmagórico, y su dulce locura no causó mal a nadie.

Oriunda de Palmira, era un personaje popular. Y tenía una virtud humana que hoy casi es flor exótica: La gratitud.

Cuando se le hacía un elogio y se daba rienda suelta a la publicidad, se aparecía en las redacciones de los diaros con un ramo de flores. Tuvo de su reinado vitalicio, en el cual fincó sus más caros afectos, una constancia de madre hospiciana. Cuando en los esta­dios, en la Plaza de Toros, aparecía su silueta morena y cenceña, y saludaba con el saludo olímpico, las multitudes la aplaudían, en gesto cariñoso y mul­titudinario.

Fue hincha del Deportivo Cali, el club le había entregado un pase vita­licio. Muchas veces, cuando una par­tida de fútbol no estaba a la altura de­portiva que se esperaba, ella se encar­gaba de la parte festiva y era la pausa de la jovialidad.

Su último vestido de moda regalado por una dama caleña, supo llevarlo con el porte de una verdadera reina. Su rei­nado tan largo como el de Isabel Se­gunda, no tuvo alternativas; gobernó el mundo de la fantasía sin crisis po­líticas. Y no era una mujer vulgar. Se enfurecía cuando la insultaban pero su léxico era castizo, su voz severa. Y te­nía el don del sentido común, tan poco común, y, que en ella era un don de Dios. Ya Cali, no verá más su silueta magra y sus vestidos conspicuos de “reina”.

No alcanzó a presenciar los juegos Panamericanos, de Cali, la capital de su alma. Y cae en la negra tumba del olvido, una figura que marcó etapas en Cali con el reinado efímero del humor.

En todas partes del mundo, los per­sonajes callejeros, son parte del alma de las ciudades, son un escape de las multitudes, que simpatizan con ellos. En Bogotá, por muchos años, la loca Margarita, la irreductible liberal, fue figura central con su traje rojo en las calles congestionadas de Santa Fe de Bogotá. Con Papá Fidel el Rey de los Cafuches, llenó largas páginas de la crónica festiva capitalina.

Pero Jovita no ha muerto, vivirá su figura jacarandosa y su paso real en el recuerdo de sus súbditos del país de la quimera.

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